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Julio Anguita Parrado
Periodista (Córdoba 3 enero 1971-Baghdad 7 abril 2003)

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Conmigo había empezado a ir a la opera regularmente (y a prepararse durante semanas escuchando los compactos y leyendo los libretos en voz alta), y yo con él había aprendido a apreciar el flamenco, desde el más tradicional (el preferido de Julio) al más innovador. Con Olalla había visto diligentemente, como si fuera un seminario universitario, la serie de documentales de la televisión pública sobre la historia del jazz. Después se interrogaban el uno al otro para ver si todo les había quedado completamente claro.

Profesionalmente Julio también era una persona sedienta de experiencias diferentes. No le pesaba cubrir todo tipo de información, y con cierto orgullo le contestaba “de todo” a quien le preguntaba sobre qué escribía. Durante sus primeros años en Nueva York, aunque su ocupación principal fuera la de colaborador del diario El Mundo, también se asomó a otros medios: probó la televisión, con el breve pero excitante experimento de Conexión Financiera y después Internet, escribiendo noticias online para Starmedia. Julio era sobre todo un gran profesional de la escritura, y de alguna manera él también era consciente de ello, pero le fascinaba ser capaz de comunicar también a través de los otros lenguajes que las tecnologías modernas ponían a su disposición. Se entusiasmaba con la rapidez y eficacia de la información por Internet, y estaba particularmente orgulloso del portal de El Mundo, “el mejor y más visitado de España”, me solía decir. Recuerdo que para la primera charla “online” con los lectores del periódico vino a mi despacho a sacarse la foto porque le parecía que daba una imagen más profesional que la del salón de casa, desde donde solía trabajar.

La vida de los corresponsales puede llegar a ser bastante solitaria. Normalmente no tienen un despacho, trabajan desde casa, en un país extranjero en el que la mayor parte de los conocidos son colegas del ramo y del mismo país que, forzosamente, son también competencia, y por lo tanto no es bueno comunicarse mucho con ellos. Julio rompió este mito. A él le gustaba el equipo, el grupo y se había construido alrededor uno grande, compacto, divertido, siempre en movimiento y siempre en comunicación constante. En casa tenía a todas la horas la televisión encendida, sintonizada en los canales de noticias; con el volumen bajo, la radio estaba constantemente en el dial de la National Public Radio (con la que se despertaba cada mañana); los periódicos del día ,esparcidos entre su escritorio y el suelo, con los artículos más importantes arrancados (no cortados) y separados; el ordenador, encendido y conectado a la red; los cascos del teléfono sobre la cabeza, y el celular siempre sonando... Yo no entendía como podía, no ya escribir un artículo, sino simplemente no volverse loco en ese caos de palabras, sonidos e imágenes y cuando se lo hacía notar me respondía que no podía entenderlo porque yo no era periodista y lo poco que escribía, lo hacía en el silencio de una biblioteca.


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Julio en Times Square, diciembre 2001 (foto Chema Conesa)
 

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