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Julio Anguita González
(21 de noviembre de 1941 - 16 de mayo de 2020)

Ha muerto Julio Anguita González. España lamenta la pérdida de un gran líder político, quizás el más grande en honestidad y coherencia de su reciente historia democrática. Anguita fue el único ex-miembro del Parlamento que renunció a su pensión parlamentaria vitalicia para vivir exclusivamente de la jubilación que le correspondía como maestro.

Córdoba, la ciudad que conocía y amaba, llora visceralmente a su primer alcalde de la democracia y su último califa, el Califa Rojo. La izquierda europea está de luto por uno de sus protagonistas más lúcidos y visionarios, uno de los pocos que nunca renunció a llamarse comunista. El homenaje ha sido unánime y conjunto, sin distinción de orientación política, lo que compensa parcialmente la falta del último tributo –debido a las restricciones impuestas por el estado de alarma – por parte de las personas a quienes Julio Anguita había dedicado su vida.

Sin embargo, para mí y para un grupo de amigos españoles e italianos primero trasplantados a Nueva York y ahora dispersos por todo el mundo, él fue y siempre será “Julio-padre”, el nombre que utilizamos para distinguirlo de su hijo mayor, con el que compartía nombre y primer apellido. Julio, el hijo, era mi compañero y fue asesinado en 2003 cuando cubría como periodista la guerra de Iraq. Tenía 32 años. Conocí a Julio-padre y a Antonia, la madre de mi Julio, en Córdoba aquel maldito mes de abril de 2003, mientras esperábamos a que nos devolvieran sus restos. Fueron días terribles de pocas palabras, largos silencios, miradas elocuentes y abrazos fuertes. La frase que pronunció Julio-padre cuando le informaron de la muerte de su hijo parece provenir de un antiguo profeta; se convirtió entonces y continúa siendo nuestro mantra hoy: “¡Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen!”

Hasta entonces, no me había dado cuenta del aura que rodeaba el nombre de Julio Anguita en España. Mi Julio, cuando comenzó a escribir en prensa, había elegido firmar con su nombre de pila, seguido de la inicial A, de su apellido paterno, y de Parrado, el apellido que heredó de Antonia, su madre, una mujer extraordinaria que continúa dándonos a los amigos de su hijo la bienvenida en el hogar donde mi Julio creció. Cada vez que he vuelto a Córdoba para recordar su cumpleaños o el aniversario de su fallecimiento o para celebrar el premio periodístico internacional dedicado a Julio o, simplemente, para abrazar a Antoñita, también veía a Julio-padre. A veces nos tomábamos un café, a veces dábamos largas caminatas por Córdoba y, a veces, nos tomábamos un fino en la Plaza de la Corredera, que quizás ahora cambie de nombre y se le dedique, por petición popular. Durante estos años, hemos pasado solo unas pocas horas juntos, casi siempre en compañía de otros familiares y amigos y solo en pocas ocasiones nosotros dos. No le gustaba hablar de sí mismo, pero le gustaba compartir planes para el futuro, que no concebía como sueños personales, sino como el fruto de ideas concebidas y discutidas por colectivos y asambleas. La política era su pan, su agua y su aire.

Me llamó la atención que la primera vez que hablamos solos fue cuando Julito acababa de morir, y Julio-padre me habló de Maquiavelo y, sobre todo, de su amado Gramsci. Pensó que podrían ser puntos de partida válidos para nuestro conocimiento mutuo. Antes de irme, dijo con una sonrisa, casi disculpándose "Soy un hombre del siglo XIX". Julio-padre siempre me sorprendió porque a pesar de su adhesión inequívoca al marxismo, nunca fue predecible y siempre combinó una buena dosis de pragmatismo con pasión ideológica.

Recuerdo que una vez leí sobre la controversia que había tenido como alcalde con el obispo de Córdoba con respecto a la asignación provisional de una iglesia desconsagrada ya usada como mezquita en los siglos pasados a la comunidad islámica local. Julio-padre había concluido el controvertido asunto con una carta que debería estudiarse como modelo y aplicación del principio de separación entre estado e iglesia. La carta al prelado terminó con una frase revolucionaria en la España democrática que acababa de surgir de la dictadura clerical-fascista del Generalísimo Franco: "Usted no es mi obispo, pero yo soy su alcalde".

Un día, caminando con él por Córdoba, me di cuenta de que conocía todas las iglesias y los monasterios, y era porque los había investigado como parte de sus estudios sobre la desamortización de los bienes eclesiásticos. Esa tarde de invierno nos cruzamos con unos sacerdotes y, por la afabilidad y deferencia que le mostraron, pensé que Julio-padre había ganado la batalla por el secularismo del estado y que lo había ganado con las armas de lucha que prefería: educación y dialéctica.

Entre nosotros no hablamos mucho sobre Julito. Era evidente que su trágica muerte era una herida aún abierta y muy dolorosa para Julio-padre y el era muy reservado con sus sentimientos. Pero una vez, aproximadamente un año después de la muerte de Julio, me preguntó: "Mi hijo ha vivido mucho, ¿verdad?" y ese "mucho" obviamente no se refería a los pocos años de Julio en la tierra, sino a la intensidad y pasión con la que había saboreado cada momento de su vida. Le dije que sí y me abrazó fuerte. Que la tierra te sea leve, Julio-padre, tú también, como tu hijo, has vivido mucho.

- Stefano Albertini

 
Julio-padre entre sus hijos Julio y Ana Anguita. A la derecha de Julio-hijo, el  Alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván
 

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